La llegada

Allí estaba ella, delante de su nuevo portal intentando resguardarse de la lluvia debajo de su pequeño paraguas verde. No fue tarea fácil moverse por una ciudad desconocida con el equipaje a cuestas y un paraguas incapaz de luchar contra el viento aunque, después de mucho esfuerzo, consiguió llegar al número siete de la calle San Marcos. Se quedó inmóvil y pensativa durante un pequeño rato observando la que sería su nueva puerta, una puerta bien grande de madera, y al final se decidió a cruzar la acera para entrar. En aquel instante, sus pies se hundieron en un charco que parecía no tener fondo; maldijo el momento en el que se le ocurrió estrenar sus nuevos zapatos rojos de tacón, una de sus últimas adquisiciones pero no muy adecuados para un día como aquel. Sus pies estaban realmente empapados y la inesperada aparición de aquel pequeño océano hizo que se le cayera la llave del portal al interior del charco. Giró la cabeza a un lado y otro para comprobar que nadie la observaba. Todo despejado. Introdujo la mano en el pozo, rescato la llave y se apresuró a abrir la puerta y ponerse a salvo de aquella tempestad.