La luz y blancura de la nevera le dañó los ojos. Estaba vacía y no le quedó más remedio que escoger entre beberse un zumo de dos naranjas exprimidas a mano o un vaso de leche desnatada que finalmente decidió reservar para el desayuno.
Cenar no le llevó más de diez minutos, fregado incluido, y se metió en la cama con el fin de madrugar para poder colorear su nueva nevera con comida de verdad.
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