06 octubre, 2010

de Colores

Nunca pudo ver los colores y de no haberle enseñado a que los echara de menos, no lo hubiera hecho. Pero Lucía se ocupo de describírselos; sentía que ella tenía una de las claves para que su vida dejara de ser tan lineal. Tan negra. Tan opaca.

Lucía dedicaba parte de su tiempo con él a enseñarle a qué huele cada uno, qué se siente al tocarlos, que sonidos o ruidos desprenden, a asociarlos a persona u objetos. Incluso a asociar cada color a distintas canciones. Porque los colores tienen alma, le decía, y los que creen que no van más allá de la vista se equivocan. Lucía le enseñó que su ceguera no era impedimento para conocer los colores.

El amarillo olía igual que el olor que se adueñaba de la atmósfera de su cocina cuando Lucía y él usaban el horno. El azul sonaba a canciones de U2; el verde a The Killers. El gris era áspero, mientras que el morado era un color suave. El marrón le recordaba a su padre. El naranja desprendía calor, pero el rojo aún más. Y el negro era silencio, el silencio de la vista y de la imagen.

Gracias a Lucía supo que, aunque no pudiera verlo, el líquido que bajaba desde su entrepierna no era amarillento, sino rojo. Aquello parecía una despedida definitiva… ¡y él sin tiempo para confesarle que la quería! Sin tiempo para agradecerle el haber sido su sol durante su nocturna vida…
Sin tiempo para agradecerle el haber desprendido rayos de luz tan intensos que hasta los ciegos los percibían…



para Wendi ;)

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